Cada mañana, la escritora lee el periódico mientras toma su bol de cereales. Es mejor encarar la realidad desde primera hora, asumir que el mundo no va a mejor, antes de sentarse a la máquina de escribir y ser ella la que llene las páginas que otros leerán. Sabe que no puede detener una guerra ni revertir el machismo social, pero conoce el poder de las palabras, y las usa. O, más que usar –ella no elegiría un verbo tan utilitario–, las baraja como un ilusionista para hacer magia.
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