La primera economía mundial ha inaugurado una nueva era productiva. Como en cualquiera de las precedentes -a la más reciente, la digital, se le denominó la Revolución Industrial 4.0-, está asentada sobre un maná de recursos públicos; bien a fondo perdido o a la espera de su inminente o más pausada privatización.
EEUU construye fábricas a un ritmo inusitado, con la inestimable ayuda de la Inteligencia Artificial. Esta tecnología aporta la rapidez y eficacia que requiere la puesta en liza de centros operativos que deben catapultar la transición energética, protagonizar la reconversión industrial hacia una economía verde, acabar con el abastecimiento manufacturero de su rival geoestratégico chino y solventar las intensas alteraciones logísticas, comerciales y de las cadenas de valor que han caracterizado el ciclo de negocios post-Covid.