Todo el cine de Christopher Nolan está marcado por una misma obsesión: la fractura del tiempo. Si cualquier director manipula el tiempo y el espacio para contar una historia, en la mente de Nolan esa manipulación se convierte en algo parecido a un truco de magia –a veces incluso de forma literal, como en El truco final–. La obsesión por esa ruptura le ha llevado a enfrascarse muchas veces en thrillers donde los juegos temporales eran claves como argucia narrativa (Memento o Tenet como ejemplos paradigmáticos).