A los Gobiernos de Países Bajos les repele escuchar que su país es un paraíso fiscal. Sin embargo, ponen en juego desde hace decenios un modelo de dumping impositivo que actúa como señuelo de multinacionales. Su modelo fiscal les permite rivalizar con otros enclaves europeos que resultan atractivos por su baja tributación como Suiza, Luxemburgo o Irlanda. Esta competición les permite retroalimentarse y perpetuar un sistema que se sustenta en el principio de la soberanía impositiva.
Todos ellos tienen en común una efectiva capacidad de atracción de compañías transnacionales. La doctrina neoliberal los califica como hubs empresariales, un circunloquio que enmascara una tendencia permisiva hacia la ingeniería contable y el camuflaje de las sedes productivas efectivas de sus contribuyentes jurídicos que, según el espíritu de la normativa fiscal internacional, deben determinar los domicilios sociales y, por tanto, las obligaciones tributarias.
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