La historia literaria ha tenido por costumbre distribuir en filas a los autores de cada uno de sus capítulos, y vencer la inercia de esa clasificación viene a ser tarea muy difícil o imposible. Asumo este reto, con no demasiada confianza en superar la fuerza de las convenciones, al iniciar estas líneas cuyo objetivo es proponer que mejore el puesto asignado por la tradición a un poeta dramático del Siglo de Oro, a partir de la consideración de una serie de datos objetivos —algunos de ellos conocidos muy recientemente—.