A mi edad, tengo casi 50 años, ya debería haber leído todo lo necesario para asentarme sobre la persona que quiero ser. En lugar de eso, he leído a la deriva. Como una rama tronchada del tronco, desbarrancándome por el curso de un río, me engancho aquí o allá a los libros que caen en mis manos. La mayoría de ellos apenas me manchan, ni tan siquiera me abrigan.
La corriente me arrastra a una novedad, me lanza un regalo de Navidad, recibo un envío promocional de una editorial.