Cuando Judith Kerr tenía nueve años, Hitler puso precio a la cabeza de su padre. Alfred Kerr era un famoso crítico de teatro, tan mediático como podía serlo alguien en la Alemania de los años treinta. Amigo de Ibsen y Einstein, referente de la intelectualidad berlinesa, criticaba abiertamente el nazismo sin siquiera predecir todo lo que estaba por llegar.
"En aquellos años, nadie en Alemania pensaba que Hitler, a pesar de sus gritos y desvaríos, llegara a nada" explicaba, años después, la propia Judith Kerr. Pero todo cambió en apenas un suspiro. Alguien anotó a Alfred Kerr en una lista de objetivos a eliminar para cuando los nazis llegaran al poder.