
Le preocupaba la palabra. No la palabra a secas que juega para regodearse y masturbarse en la retórica de la nada, sino la que se usa para despegar la conciencia humana de los huesos de sus acciones. Y le preocupaba afinarla al máximo. Despacio escribía, reescribía, corregía y al tercer borrador ya estaba satisfecho. Abría el libro publicado, encontraba que repetía un adjetivo en el mismo poema y le amargaba el día. Aquella vez fue "unánime". Tomaba la poesía como un hecho lingüístico con el que descubrir y difundir una nueva versión de la realidad.

















