Hace escasos años, el investigador Faustino Sánchez programó un bot a la que bautizó como Mecanocrítica. Se trataba de una máquina generadora de críticas de cine en la que el usuario apuntaba el nombre de la película y las estrellas con las que valoraba un filme, y la Mecanocrítica elaboraba un artículo perfectamente legible. Sin más intervención humana.
La Mecanocrítica no era más que un juguete, una broma dirigida a la prensa cinematográfica. Pero también era una llamada de atención: si la crítica cultural se acomoda en frases hechas y recicla lecturas ajenas, el discurso se empobrece. Hasta el punto de que un bot, adoptando frases hechas y datos de portales como IMDB o Filmaffinity, puede elaborar una crítica de cine sin que intervenga persona alguna.