Corría el año 1796 y Alois Senefelder estaba a punto de suicidarse. Desesperado por no ganar suficiente dinero para conseguir alimento, pensaba arrojarse a las aguas del río Isar en Baviera, Alemania. Pero llegó a la orilla del caudal y, de pronto, descubrió algo que le hizo cambiar de opinión: encontró una piedra caliza de un tipo muy diferente a las que conocía. Por entonces no lo sabía, pero aquel instrumento sería responsable de casi la totalidad de los materiales gráficos que vendrían después, desde la portada de un libro hasta el envase de un zumo. Había nacido la litografía.