Antes de la pandemia, Benidorm era una ciudad con menos de 70.000 habitantes censados, que llegaba a los 500.000 durante los meses de verano. Muchos de ellos eran extranjeros que veraneaban durante más tiempo del estipulado en el calendario estival. Una urbe de proporciones y hábitos exagerados cuya ordenación urbanística trastocó para siempre la imagen del litoral alicantino frente al mundo. Un lugar tan odiado como amado.
Allí se ambienta la nueva película de Isabel Coixet, recientemente galardonada con el Premio Nacional de Cinematografía 2020.