1978. Noche de Halloween. Un joven realizador, John Carpenter, impresionó con un filme de terror de presupuesto ínfimo ambientado en un barrio suburbial de una pequeña (y ficticia) localidad estadounidense. Un asesino fugado de un hospital psiquiátrico asediaba y mataba varias personas. El planteamiento era minimalista: se renunciaba al suspense y se confiaba en una narrativa visual de imágenes flotantes y fluidas, en la presencia desasosegante de una amenaza quietista y silenciosa, en el atractivo de una banda sonora sencilla pero memorable.
Con unos pocos elementos astutamente mezclados, Carpenter consiguió un clásico, La noche de Halloween, que terminó de definir un género prefigurado a través de obras como Navidades negras o Masacre en el autocine: el cine slasher.
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