La primera vez que Ladj Ly fue víctima de un cacheo aleatorio tenía diez años. Hoy, treinta años más tarde, afirma que ha sufrido más de mil. Los llama aleatorios, pero sabe perfectamente que no hay azar detrás de estas vulneraciones de la privacidad cometidas por los policías en los banlieues (suburbios) parisinos.
Si su tez no fuese negra, si su familia no fuese musulmana y si su riqueza le hubiese permitido criarse en un barrio adinerado del centro, las manos brutas de los agentes no se habrían posado en su entrepierna o en sus diminutos brazos alzados detrás de la nuca.