Benidorm, la ciudad emblemática del turismo en España, muestra estos días una estampa muy alejada de la habitual, muy diferente incluso de los meses invernales de moderada ocupación, todo por culpa del coronavirus.
Las calles vacías, sin personas, con tráfico casi inexistente y con la mayor parte de los negocios cerrados 'sine die' distan mucho de la imagen siempre bulliciosa de una ciudad cuyo atractivo reside en gran parte en la presencia de gentío en cualquier rincón.
Cierto es que este mismo escenario, o muy parecido, se encuentra en estos momentos en cualquier otro lugar del país, pero no por ello deja de ser llamativo que el icono turístico de la Comunidad Valenciana, el exponente máximo del turismo de masas en España, el modelo que triunfa donde y cuando otros fracasan, se parezca ahora más a un desierto urbano propio de otras latitudes.