Empecemos por lo fácil. La libertad es una idea básica para el funcionamiento de la democracia. En eso no debería haber mucha discusión. Pero a partir de ahí las interpretaciones llegan al punto de pervertir el propio concepto y acabar reduciéndolo a la posibilidad de tomarse unas cañas mientras morían miles de ciudadanos en plena pandemia, defender un concepto desfasado de la familia o despreciar algunas orientaciones sexuales que todavía hoy luchan por sus derechos.
Billy Bragg (Barking, Reino Unido, 1957), cuya faceta como ensayista y activista es casi más interesante que la de cantautor (disculpen los fans de la sala), publicó hace tres años un libro en el que analizaba la libertad a través de tres parámetros: la franqueza, la igualdad y la responsabilidad.