Cuando un joven empieza a salir de noche, todavía siendo menor de edad, le puede resultar más sencillo llamar a un camello y comprar una pastilla de éxtasis que entrar a un supermercado e intentar que le vendan una botella de ron. Imaginen qué acabarán eligiendo muchos.
El ejemplo demuestra que cuando algo es ilegal no significa que esté más o mejor controlado. Tal vez al contrario: hay una serie de requisitos sobre su calidad, su pureza y su acceso que quedan en manos de criminales en lugar de las autoridades.
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