Elis Regina Ramos tenía ocho meses cuando su padre se fue de casa, pero nunca se marchó de su vida. De niña le sentaba en las butacas del Charles Chaplin, un cine de la Habana, mientras ensayaba con su banda. “Pablo cantaba, mi padre era el bajista y yo los miraba”, rememora, “recuerdo ir a sus conciertos en primera fila desde muy chica, subir a los escenarios a entregarles flores y estar en sus fiestas en la casa de Atabey, porque Pablo era tan juerguista como todos los bohemios”, ríe.
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